Noviembre / Diciembre 2017

Dulce serenidad

En el dolor más grande encuentra aceptación y fortaleza

Buenos días, mi nombre es Nuria y soy alcohólica. Así es como siempre comienzo, tanto las intervenciones en el grupo, como los escritos que, a lo largo de este tiempo, he hecho. No es excepcional reflexionar acerca de mi recuperación, es una práctica habitual para mí, pero hoy, sin duda, esta reflexión adquiere un significado especial debido a la experiencia que he vivido esta semana.

El miércoles perdí a mi padre, hace diez años a mi madre. La muerte de ella supuso, aunque no fue el único detonante, el comienzo de mi carrera alcohólica, en la que permanecí durante los peores años de mi vida. La muerte de él, la vivo en absoluta sobriedad, y esta abismal diferencia que existe entre dos hechos similares y tan transcendentes en la vida de cualquier persona, me hace reflexionar en los términos en los que voy a hacerlo, diferentes sin duda de cómo hubieran sido de no haber pasado hace sólo unos días por este, permitidme decirlo así, mal trago.

Entre una fecha y la otra hay una diferencia grande, inmensa: la que marca el alcoholismo vivido entre ambas, y otra, que es la recuperación, que me llena de satisfacción tras haber abandonado el infierno en el que, como vosotros, viví.

De aquella mujer, que con tanto miedo se enfrentó a la ausencia de un ser querido, no queda ya casi nada, algunas cosas que tampoco son malas, la esencia primera que me ha hecho sentir siempre que no soy mala persona, a pesar de tantos errores. Ahora me enfrento a otra ausencia con una palabra que puedo aplicarme y que tanto tiempo he deseado llevar conmigo: la SERENIDAD. Estoy, soy y me siento serena, que para mí es mucho más que estar sobria, que eso lo llevo estando ya un tiempo apreciable. 

Pero la serenidad real, la de verdad, que me ha costado mucho más trabajo conseguirla, me acompaña desde hace poco.

La mía ha sido una recuperación lenta, errónea en un principio, porque quise darme prisa en resolver todos mis errores y sentirme bien, y en esto no hay lugar para las carreras, este es un camino largo y que hay que andar despacio para dar pasos firmes y seguros. Durante este tiempo no he tenido recaídas alcohólicas, pero sí emocionales y siempre he tenido a mi lado a compañeros que me han indicado la mejor forma de seguir.

Cuando mi padrino empezó a serlo, me aconsejó que me detuviera, que volviera al principio, al Primer Paso y que no intentara hacer el programa de cualquier manera, que dejara que él entrara en mí. De esta forma volví a hacer ese Paso que me dice, no sólo, que acepte mi alcoholismo, sino que acepte también que mi vida era ingobernable. Desde ese momento han pasado unas cuantas veinticuatro horas, y, sin duda, cuando abrí mi alma al programa, cada Paso comenzó a entrar en mí y poco a poco fui teniendo la mente clara, las ideas centradas y los vaivenes emocionales controlados. 

He aprendido que mi mejor aliado es el tiempo, que la humildad es fundamental para conseguir la aceptación de mi pasado, de mi vida, de los sinsabores, de los fracasos, de las frustraciones y de todo lo que no depende de mí. He aprendido que, poco a poco, todo pasa y todo llega, que los problemas se enfrentan bien cuando permito que un Poder Superior guíe mis pasos. 

He aprendido a buscar mis defectos de carácter y a aceptarlos, y he entendido y constatado que hablarlos con mi padrino me ayuda a verlos aún más claros y a desear despojarme de ello. He aprendido que, además, puedo cambiarlos si estoy enteramente dispuesta a hacerlo, y que mi Poder Superior me ayuda a liberarlos si yo me dejo ayudar, si soy lo suficientemente humilde.

He aprendido que he hecho daño y me lo han hecho, que soy libre cuando consigo perdonarme y perdonar. Que saber pedir perdón es mucho más importante, me perdonen o no, y que quizás puedo reparar algún daño de los causados, aunque sólo sea estando bien, haciendo que el mundo me vea bien, me vea sana y cumpliendo con mis responsabilidades, como nunca hasta ahora había sido capaz de hacerlo. He aprendido que me puedo equivocar porque soy humana, pero que puedo reconocer mis errores en el acto y corregirlos tanto como me sea posible. 

He aprendido que, con un Poder Superior a mi lado puedo tener la fortaleza necesaria para cambiar mi vida, sobreponerme al dolor y aceptar lo que me llega sea lo que sea, porque “Todo pasa por algo”, aunque no sea capaz de saber el por qué de algunas cosas. He aprendido que no soy omnipotente, que no puedo sola con todo, que no soy Dios, que no puedo arreglar el mundo ni la vida de nadie, pero puedo estar cerca por si me necesitan. Y también, he aprendido que este tiempo entre todos vosotros me da la experiencia necesaria para poder contarles a otros cómo se puede dejar de beber si uno quiere, y es esa la razón de que todo esto tenga sentido, que sirva y haya servido para tantos y tantos otros alcohólicos como yo.

Por resumir, en estos años he aprendido a vivir, la serenidad ha ido llegando, y sólo de esta forma he podido enfrentarme con entereza a la desgracia vivida, segura de que en AA estoy en las mejores manos, segura de que el programa para mí es una forma de vida, que lo quiero, lo deseo, que me ayuda a ser mejor persona y que de ello se benefician los míos. 

No soy nadie para dar consejos, compañeros, pero si alguno de vosotros no ha empezado a caminar por el programa le recomiendo que lo haga, porque todo lo que va a recibir es bueno, si se deja llevar por estos Doce Pasos; que cuanto más los leo más dicen, cuanto más me dicen, más reflexiono, cuanto más reflexiono más mejora mi vida, y cuanto más mejora mi vida más serenidad obtengo, llegando a poder entender plenamente el significado de decir: Dios, concédeme la Serenidad para cambiar las cosas que no puedo cambiar, Valor para cambiar aquellas que puedo y Sabiduría para reconocer la diferencia…

Gracias.

¿tienes algo que quisieras compartir con nosotros?

¡Queremos escuchar tu historia! ¡Envíanos tu historia o foto y esta podría ser publicada en una próxima edición de la revista La Viña!

comparte aquí