Noviembre / Diciembre 2014

Cada día es Navidad

Bill W. escribió este artículo hace 62 años, hoy sus palabras todavía tienen vigencia

La decimoséptima Navidad de Alcohólicos Anónimos ya está aquí. Teniendo en cuenta todo lo que ha sucedido desde la primera Navidad de AA en 1935, no hay palabras para retratar el significado de la Navidad de 1952. La única cosa de la que estamos muy seguro es que nos la hemos proporcionado a nosotros mismos, y que hemos recibido regalos que la imaginación no puede describir plenamente. El mensaje de esperanza de AA se ha llevado a casi todos los rincones de la tierra y estamos seguros de que ha sido guiado por una generosa y sabia Providencia. El ritual navideño de dar y recibir, continúa repitiéndose en todas partes.

Muchos de nosotros en AA somos de la fe cristiana, aunque no todos. En nuestra comunidad hay judíos que miran a Jehová; agnósticos que, con suerte, ven al grupo de AA como su Poder Superior; y hay indios nativos americanos sobre nuestras llanuras occidentales que consideran al Gran Espíritu como su guía. Ahora que hemos abierto diminutos comienzos en las costas de Asia, no tenemos ninguna duda de que algunos de nuestros hermanos y hermanas allí, reverencian a Buda y otros a Alá. Es un hecho reconfortante de nuestra vida en común que nunca estas diferencias nos han molestado. De hecho, se puede decir que, de alguna manera sutil y misteriosa, estas diferencias nos mantienen juntos. Ese vínculo está asegurado por nuestro común sufrimiento, y por nuestra liberación universal del mismo, gracias a nuestra manera de dar, que no exige ninguna recompensa.

Así que, cualquiera sea el nombre que usemos, el espíritu de la Navidad está en todos nosotros. Nuestro objetivo común es encontrar la mejor manera de dar y cómo recibir cada vez con más gratitud. Nos gustaría practicar el espíritu de la Navidad durante todo el año. Por lo tanto, debemos preguntarnos a nosotros mismos, especialmente en esta época: “¿Qué más podemos hacer para ser más generosos?” Dado que AA se propaga a través de esa gran energía que es el ejemplo, vamos a echar un rápido vistazo a la vida de un hombre que fue capaz de practicar el espíritu de la Navidad todos los días del año.

Nació en Italia hace siglos. La época en la que vivió era casi tan confusa y desconcertante como la actual. Sus primeras actividades en la vida fueron como las nuestras. Quiso escapar de la vida tan rápido como pudo, y usó casi los mismos medios. Pocos, se decía, podían seducir más alegremente que él y sacudir los dados de la fortuna con más abandono, ni golpear su jarra de vino en la mesa con más fuerza. Probablemente disfrutó llevar esa vida por un buen tiempo, al menos por un tiempo. Sin embargo, poco a poco, se cansó. Durante un largo período de enfermedad, tocó fondo, así como nosotros, los alcohólicos.

Un día se dijo a sí mismo: “Supongamos que en todas las cosas que trato de hacer de ahora en adelante, haga exactamente lo que mi Maestro habría hecho”. Esta fue la visión que se apoderó de él, y que lo puso de pie en el nuevo camino. Algunos de sus amigos se rieron, y otros se mostraron muy preocupados. Algunos dijeron que no era práctico, otros pensaron que estaba loco. Pero viviendo un día a la vez, enseñando y compartiendo dondequiera que fuese, sin pensar en la recompensa, comenzó un movimiento que afectó profundamente a toda la gente, en todos los niveles de la sociedad de su tiempo. Dio todo lo que tenía para dar e inspiró a otros a hacer lo mismo. Su presencia trajo verdadero alivio donde no lo había.

¿Y cómo lo hizo? La oración que tantas veces repitió nos los dice. Aquí la tienes:

Oración de San Francisco de Asís:

Señor, hazme un instrumento de Tu Paz. Donde haya odio, que lleve yo el Amor. Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón. Donde haya discordia, que lleve yo la Unión. Donde haya duda, que lleve yo la Fe. Donde haya error, que lleve yo la Verdad. Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría. Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz. ¡Oh, Maestro!, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado, como amar. Porque es dando, que se recibe; perdonando, que se es perdonado; muriendo, que se resucita a la Vida Eterna. Amén.

La lección que Francisco nos deja es clara, no otro ejemplo podría ser más brillante. “Libremente recibisteis, dad libremente” y … ¡una Feliz Navidad!

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