A todas horas, todos los días
Cada día, y desde muy temprano, tenía la costumbre de discutir, insultos incluidos, con mi esposa, por cualquier cosa. De paso regañaba a gritos a mis cuatro hijos que todavía estaban pequeños. Salía de mi casa sin ingerir alimentos, molesto por lo que había pasado. En el camino pasaba por una tienda y compraba licor, un octavo como mínimo, y lo ingería de un solo trago.
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