Marzo / Abril 2013

Una oferta peligrosa

Quiso salir de problemas económicos y encontró un problema mayor

Tengo 42 años y vivo en la ciudad de San Diego, California, una ciudad deseada por otros ciudadanos en los extremos más apartados porque el clima no es ni muy frío ni muy caliente. Me considero afortunada, hace veinte años que llegué de México y empecé a trabajar y a estudiar el idioma para progresar un poco.

Trabajé en fábricas de telas por más de un año, en ese tiempo, buscando una mejor oportunidad, visitaba diferentes locales. En una ocasión entré en un restaurante que tenía en la fachada un letrero solicitando meseras, ofrecían un buen sueldo además de las comisiones. La oferta se veía muy tentadora y sin poder evitar mi curiosidad, entré al lugar.

Estaba lleno de luces con adornos por todos lados. Le pregunté a la encargada de la caja por una aplicación y ella, sin dejar de mirarme de los pies a la cabeza, de inmediato me dio el número de teléfono del dueño para solicitar una entrevista.

Sonriéndome de manera maliciosa me preguntó si yo tenía experiencia, le expliqué que si me entrenaban en la caja yo podía aprender rápido. El dueño del local apareció en ese momento y me explicó que el trabajo consistía en atender a los clientes, ya que el restaurante funcionaba por las noches como un club. Mi trabajo consistiría en servir bebidas y de vez en cuando, si los clientes me lo pedían, bailar con ellos, eso me permitiría ganar comisiones.

Acepté y esa misma noche empecé a trabajar. Al final de la jornada llegué a casa muy mal pues había bebido demasiado. A la mañana siguiente recuerdo que no quería regresar a ese lugar, me sentía muy enferma casi a punto de ir al hospital. Pero allí estaban los billetes de 20 y 100 dólares. Esa había sido mi primera experiencia con el alcohol.

Pasaron dos días y me sentí mejor, el dueño me llamó y me ofreció duplicarme el sueldo si regresaba a trabajar en su local. En ese momento yo atravesaba una situación económica bastante difícil.

Después de pensarlo un poco, regresé diciéndome a mí misma que sólo sería por unos días y que nunca volvería a ingerir ningún tipo de licor.

Hice amistad con las otras mujeres que trabajaban en ese lugar y ellas me invitaron a probar substancias que me ayudarían a controlar los efectos del alcohol.

Y así, sin darme cuenta, en cuestión de unos meses me vi entregada a ese ambiente. Mi vida y mi juventud se fueron en esa vida de vicio.

Hace seis meses conocí a una persona que se confío conmigo, empezamos a charlar y sentí que coincidíamos en muchos aspectos. Esta persona me invitó a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, pero yo siempre tenía una excusa para no acompañarle. Sin embargo él nunca desistió de invitarme, hasta que finalmente un día me decidí y fui a mi primera junta.

Seis meses después me siento mejor, un poco más libre de mis temores. Creo que estoy empezando a ver la luz de la razón, y empezando a valorar los principios de este programa, pero sé que me falta mucho. Todavía tengo pensamientos, recuerdos y desesperación. Pero quiero seguir, deseo estudiar los Pasos, participar en el programa y hablar con mi padrino, sólo así podré seguir adelante.

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