Julio / Agosto 2015

Sin memoria

Todos recuerdan lo que hizo, menos él

Empecé a beber, como muchos, el fin de semana. El sábado, a las ocho de la mañana, la resaca no me dejaba dormir. Me levanté y desayuné una cerveza que me quedaba del día anterior.

Al mediodía ya me había reunido con algunos amigos que estaban tomando. Alrededor de las cuatro de la tarde estábamos en la carretera rumbo a un pueblito a visitar un amigo.

Así, bebiendo ron mezclado con agua mineral, a eso de las seis de la tarde llegamos al pueblo. Cuando nos acercamos al parque central, donde desde temprano se reúnen los jovenes a platicar, se me presentó una laguna mental.

La historia que me cuentan los que me acompañaban esa tarde, es que, en el momento que pasábamos frente al grupo de jóvenes arrojé por la ventana una de las botellas vacías de agua mineral.

La botella se estrelló y al romperse los vidrios alcanzaron a una muchacha en las piernas y a un muchacho en el ojo.

Llegamos a la casa del amigo y esa noche salimos nuevamente en el auto. La policía a esa hora ya nos había identificado y nos detuvo.

Hasta ese momento nadie me había dicho lo que había sucedido. Cuando el comandante me confrontó yo fui el primer sorprendido, porque no me acordaba de nada. Mis amigos tampoco podían creer que yo no me acordara de nada. Por su- puesto tuve que ir a la cárcel.

Hoy, que estoy en Alcohólicos Anónimos, tengo la oportunidad de reflexionar sobre mi alcoholismo y miro no la cárcel en la que caí, sino la cárcel en la que el alcohol me tenía.

Estoy agradecido de haber llegado a un grupo de AA; con esta enfermedad yo corría el riesgo de terminar por muchos años, o de por vida, encerrado.

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