Julio / Agosto 2012

Libre

Sin salir de su celda, recupera el amor por la vida y la autoestima

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Escribir mi historia después de estar seis años aquí en prisión, es algo que espero le sirva a los que la leen. Crecí en una familia muy pobre en un pueblito de Guanajuato, México. Éramos muchos hermanos y hermanas, mis padres no tuvieron tiempo de darme cariño y atención. Crecí muy rebelde, con complejos de inferioridad y sin amor propio.

Tuve mi primer contacto con el alcohol a los 13 años. Recuerdo que uno de mis amigos me invitó a unas cervezas, en mi pueblo cualquiera podía comprar cervezas sin importar la edad.

El primer trago fue como el amor a primera vista, se me quitó la timidez y me gustó la euforia que experimenté. Nos pusimos a brincar y a jugar al fútbol, se nos olvidó que era de noche y no había luces. Los gritos y el escándalo llamaron la atención de la gente y pronto le avisaron a mis padres. Cuando llegué a casa mi mamá me dijo que me acercara a ella, estoy seguro que apestaba a cerveza.

Siguiendo a una novia me fui a la capital. Conseguí trabajo y eso me liberó de mis padres, ya no tenía que esconderme de ellos, podía beber a mi antojo.

Trabajaba, pagaba mi renta y mi comida, inclusive enviaba dinero a mi familia. Me sentía con derecho a tomar todos los fines de semana.

En poco tiempo el alcohol empezó a causarme problemas más serios. Con mi tercera novia construimos un hogar y le prometí la luna y las estrellas. Tuvimos tres hijos, yo tenía la responsabilidad de mantenerlos, pero el alcoholismo estaba tomando control de mí.

Empecé a maltratar verbalmente a mi pareja y a serle infiel, luego la golpeé en repetidas ocasiones. Los suegros se dieron cuenta y me demandaron. Huyendo de la amenaza de cárcel emigré a California.

Pensé que cambiando de país terminarían mis infortunios. Llegué destrozado por haber dejado a mis hijas pero con las cervezas todo se me olvidaba, inclusive la responsabilidad de mantenerlas.

Tuve otras dos mujeres y más familia, rompí también con ellas y con otras, pues el alcohol era lo único que deseaba en la vida, y le dedicaba ya el tiempo completo.

Toqué fondo con una acusación muy grave por violencia doméstica y por no pagar multas. Ahí me di cuenta que yo estaba en una bancarrota espiritual.

Físicamente estaba también deshecho y mentalmente estaba peor. Intenté suicidarme tres veces, después de tantos años tomando no sabía cómo afrontar estas situaciones.

Entonces experimenté lo que en AA llaman una “experiencia espiritual”.

Mientras tramaba como quitarme la vida por tercera vez, escuché una voz que me decía que leyera un libro, yo tenía muchos libros en la cabecera de mi cama, incluyendo la Biblia. La voz era tan clara que pregunté: “¿éste?”, entonces me contestó: “ese”. Era el Libro Azul de AA.

Esa noche hubo una junta de AA y así fue cómo empecé a construir el puente que yo cruzaría para salir hacia la luz, después de haber vivido 30 años en la obscuridad. No sé como llegó ese bendito libro a mis manos, pero al leerlo me levantó de entre los muertos, empecé a ir a un grupo aquí en la prisión de Ontario. Después de tres años y medio de leer el libro y de leer La Viña, me di cuenta que Dios me salvó la vida por medio de este programa para ayudar a otros a alcanzar su sobriedad también. Las revistas La Viña y Grapevine han sido mi “padrino”, pues por medio de la sección de los veteranos empecé a aplicar los Pasos en mi vida. Quiero que sepan que gracias a todos ustedes, a la revista, a mi grupo y al Libro Azul, volví a nacer.

Hoy amo la vida más que nunca, he recuperado mi dignidad y la autoestima, me siento útil sirviendo a los demás. He podido coordinar y guiar a los grupos en español (ya tenemos dos) gracias a las revistas. Ahora me doy cuenta de lo valioso que es llevar el mensaje a otros.

Fui el primer hispano que puso su grano de arena en esta institución para levantar los cimientos en la vida de otras personas. No lo digo con presunción, lo digo con agradecimiento, pues me siento útil porque creo que Dios me está usando, así como también está usando la revista.

Estoy tratando de reconciliarme con mis hijos. Me siento libre aquí en prisión, hoy no cambio el mejor de mi día de bebedor, por el peor de mi día sobrio. Sé que cada día tengo una suspensión de mi adicción, que depende de mi condición espiritual. Le doy gracias a Dios por esa voz que me habla en mi conciencia y que me llevó a mi recuperación. Hoy soy también un mejor miembro en mi iglesia, gracias a AA.

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