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Julio / Agosto 2001

El infierno del alcoholismo

Empecé a beber alcohol a la edad de 17 años, cuando terminé de estudiar el Segundo Año de Educación en La Normal. Los compañeros tomaron la iniciativa de festejar el fin de cursos y para ello organizamos un día de campo. Llevamos cosas de comer, sin faltar el licor para que alegrara la fiesta. Con el primer trago, noté que mi estado de ánimo se volvió alegre, desapareció la timidez, empecé a cantar, a bailar, a declamar, a contar cuentos verdes, etcétera.  Todo esto sucedió a medida que iba bebiendo más y más. En esos momentos de esta primera borrachera me di cuenta que mis complejos de inferioridad, que durante mucho tiempo me mantuvieron atado, desaparecían. Desgraciadamente, este engaño me duró muchos años, sin hacerse esperar las consecuencias que me trajo esta terrible y cruel enfermedad llamada alcoholismo. Los problemas urgentes de mi hogar los hice a un lado, y daba prioridad a los amigotes, a la bebida, creando en mí una dependencia muy grande hacia el alcohol. Terminé de estudiar la carrera de docencia, pero seguía bebiendo. Debido a mis frecuentes francachelas, estuve a punto de que me corrieran del trabajo. Descuidé mi aseo personal. Cuando empecé a tener lagunas mentales, me arrepentía después de una borrachera y juraba que ésta sí era la última. Al paso de unos días esas promesas se iban al vacío. 

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